Atlas agencia

Silenciosa, vacía, encerrada en sí misma -como se veía en aeropuertos de cintas sin maletas y aviones en tierra- España vivió su primer día de confinamiento hace justo cinco años. Pasado este tiempo, la memoria nos recuerda el valor de un soplo de aire en aquel tiempo claustrofóbico, en el que muchos perros (a ellos sí se les dejaba salir) se vieron más paseados que nunca. En el que desaparecieron las sonrisas bajo las mascarillas. Todo el rato, en todas partes. En el que se alumbró una nueva policía, la de balcón; un nuevo himno, Ressitiré; un inexplicable objeto de deseo: el papel higiénico.

En aquel día a día de lo nunca visto desarrollamos miedos, manías, obsesiones y rarezas. Lo positivo era ser negativo, lo de las peluquerías como servicio esencial. Condenados a las cuatro paredes, la vida se abrió hueco en los balcones (aplausos, caceroladas, fantasía) y en las pantallas. La repostería y las videoconferencias se hicieron tan deporte nacional, como las ganas de huir. Porque iban a ser quince días, pero fueron noventa y nueve. Todos bajo el empeño de romper las barreras de aquella asfixiante ?nueva anormalidad'.