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Esther enseña su dormitorio, dos colchonetas dentro de una furgoneta en un garaje de 25 metros cuadrados. Esta ahora es su casa, porque la suya está ocupada por los inquilinos que hasta hace un año y medio pagaban regularmente el alquiler. José, su marido, comparte la misma impotencia. Hace diez años se fueron a vivir a Canarias y alquilaron su vivienda a unos funcionarios de Tarragona que, con casa propia, no quieren salir de la de este matrimonio a pesar de que les avisaron con tiempo de que iban a volver. Se encontraron con que los inquilinos ignoraban sus llamadas y burofax. Entonces emprendieron acciones legales, pero hasta dentro de un año no hay juicio. Llevan ya un año viviendo en un garaje que compraron hace tiempo. No son ni 30 metros cuadrados, y allí tienen su vehículo, muebles desmontados de la casa en la que vivían, su ropa y una cocina con un hornillo para comer algo de comida caliente. A la situación se le añade que José está en paro y Esther trabaja un 24% de la jornada. Mientras, su hija está en una habitación alquilada, porque no tiene ni si quiera un pupitre para poder estudiar. El espacio cada vez es más reducido y la intimidad también. Sólo una persiana les separa de la calle y necesitan que se agilice la Justicia porque tienen toda su vida aquí, mientras otra familia disfruta de la casa que les costó pagar más de 20 años. 

-Redacción-