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Mil páginas de angustiosos testimonios. El de una vecina de Catarroja que cuenta cómo a las siete y diez de la tarde, la mujer que cuidaba a su madre la llamó para decirle que el barranco del Poyo se había desbordado. Minutos después, le envió un vídeo mostrando la vivienda inundada y gritando que su madre se había ahogado. Vivía en una planta baja como otras 102 víctimas mortales. 35 fueron halladas en sótanos o garajes. Como el padre de un hombre de Massanassa que a las seis y cuarto de la tarde bajó a por el coche cuando fue sorprendido por una riada de agua y arrastrado por la corriente. Otros estaban en plena calle. Es el caso del marido de una mujer de Sedaví que a las siete fue a buscar su vehículo. Según el relato de esta testigo no llovía, pero al rato vio una lengua de agua que venía muy lenta. Llamó a su marido y este le dijo que ya no podía abrir las puertas del coche ni bajar las ventanillas. Todas estas declaraciones recogidas en el auto judicial especifican situaciones desesperantes que se vivieron antes de las ocho y doce cuando llegó la alerta a los móviles. Una alerta que, según la jueza, a esas horas sirvió de poco. Ya había decenas de fallecidos, personas desaparecidas y localidades inundadas. Nadie fue advertido del riesgo y, según algunas autopsias, hubo fallecidos a causa de una asfixia mecánica al quedar sus vías respiratorias obstruidas por el barro.

-Redacción-