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Hoy cumple 25 años en el poder Vladímir Putin. Llegó casi por accidente y como un personaje anodino, maleable. Pero fue dejando un rastro de asesinatos, encarcelados y exiliados para hacerse con el poder absoluto en Rusia. Hizo lo mismo en el escenario internacional. De los gestos de cercanía con Occidente ha pasado a la invasión, la injerencia en elecciones y la amenaza nuclear. Hoy representa, junto a Trump y Xi Jinping, la principal fuente de inestabilidad mundial en 2025. Ahí está la Rusia que sueña Putin, como él mismo ha reconocido, la de Catalina y Pedro el Grande, la Rusia imperial. Vladimir Putin llegó al poder aupado por Boris Yeltsin y pronto entiende mejor que nadie el orgullo herido de los rusos tras el fin de la Unión Soviética y la llegada de algo aún peor: la disolución del estado y la incertidumbre absoluta. Su receta es clara: primero autoritarismo creciente en el interior, paso a paso, para hacerlo más imperceptible. Se ha ido deshaciendo de todos los críticos, ya sean políticos, empresarios o periodistas. Con cárcel o con sospechas de métodos más expeditivos. Más ingredientes: dinero del petróleo para subir pensiones y subsidios. Imagen de hombre duro, capaz de proteger de amenazas qué él mismo crea. Y una alianza internacional contra un Occidente al que pinta como personificación de la decadencia. Ese mismo Occidente sin embargo soñó con un tigre apaciguado, al que se podía acariciar. Quería transformarlo comerciando con él. Comprando su gas. Ese sueño se rompe el 22 de febrero de 2022. La guerra de Ucrania lo convierte en enemigo de la OTAN. Aunque la llegada de Trump dentro de tres semanas puede que sea su mejor regalo de aniversario en el Kremlin.

-Redacción-